lunes, 27 de diciembre de 2010

HISTORIOGRAFÍA: Lumbierre

Desde la carretera que lleva de Graus a Barbastro, a la entrada del congosto de Olvena, sobre la presa del pantano Joaquín Costa o de Barasona, vemos, a ambos lados de la calzada, dos ermitas de estilo románico que vigilan desde lo alto de las dos laderas la entrada al estratégico desfiladero. Ambas han tenido distinta suerte con el paso del tiempo: a la derecha, bien conservada, hoy patrimonio mundial por las pinturas mudéjares de su coro, la ermita de San Román de Castro, junto al pueblo abandonado de ese nombre; a la izquierda, en ruinas, pero en lucha tenaz y resistente contra el tiempo, la ermita de San Martín de Lumbierre. A esta segunda vamos a referirnos en este artículo.
Hay que decir, en primer lugar, que la forma del topónimo es insegura: vacilante y variable en sus denominaciones escritas y aún más en las habladas. Se trata, casi con total seguridad, de un topónimo de origen vasco, procedente posiblemente de los términos “ilun” - con un significado relativo a “población o lugar” - y “berri” - cuyo significado es “nuevo” (1). De la forma Lomberres con que aparece en los documentos latinos ha pasado a las formas actuales Lumbierre, Lumberri, Lumbierri, Llumbierri o, en algunos pueblos de la zona, San Lumbierri. Aunque la iglesia que nos ha llegado esté dedicada -como tantas otras en la comarca ribagorzana- a San Martín, es ésta denominación inusual, siendo la más utilizada en los libros recientes la de Lumbierre, que haría referencia a un castillo y probablemente a un pueblo anterior a la actual y ruinosa construcción religiosa.
Acceder a ella no es del todo fácil en la actualidad. Desde Graus y en coche, la forma más rápida de llegar hasta el lugar es tomar la mencionada carretera a Barbastro y, alcanzado el cruce con la actual y más reciente que lleva de la ciudad del Vero a Benabarre, seguir ésta en dirección al norte y casi de inmediato, tras pasar la presa de Barasona, dejar el vehículo e iniciar, andando y campo a través, la ascensión hasta la ermita que siempre divisamos en lo alto guiando nuestros pasos (2). Casi en el arranque, después de saltar la valla protectora de la calzada y cruzar la cuneta, hay algunos mojones o hitos de montones de piedras que nos permiten no errar en el inicio. Como podemos, y viendo siempre arriba nuestro objetivo, en algo más de media hora de empinada cuesta, llegaremos a la ermita.
La contemplación del lugar y la maravillosa vista que desde él se divisa compensan el esfuerzo y las incomodidades del camino o, por mejor decir, de la falta de camino. Nos encontramos con una iglesia en ruinas, que, sin embargo, mantiene en pie su perímetro de planta rectangular con ábside, como siempre, orientado al este. La techumbre hace tiempo que se derrumbó, pero resisten por su solidez las cuatro paredes y el ábside. El mejor conservado es el muro cuyo exterior mira al norte; se mantiene casi íntegro -incluso puede adivinarse el arranque de la bóveda-, y su silueta, aún majestuosa, es visible desde la carretera en lo alto de la ladera. En un lado, cerca del ábside, conserva una espadaña, en medio de la cual se levanta un pilar que no llega a conectar con el centro de su arco. Casi bajo dicha espadaña, en esta pared norte y con caída en la escarpada roca, se abre una pequeña puerta de arco de medio punto. También de arco de medio punto es la puerta principal que se encuentra, sin embargo, en el lienzo occidental, el cual, como el septentrional, permanece en buen estado de conservación. El ábside en hemiciclo se mantiene prácticamente entero con una estrecha ventana de doble hendidura. El muro sur es el peor conservado, con una buena parte del mismo ya desaparecido. La obra es de buena cantería, con piedras regulares -no excesivamente grandes- y muy bien alineadas. La maleza, incluso algunos pinos y carrascas, se ha ido adueñando del interior del templo y también de su contorno exterior. Según los especialistas, estamos ante una iglesia románica construida en los siglos XII o XIII. Aunque si hacemos caso de un documento de 1150, redactado por un tal Juan “sacerdos de Lomberres”, posiblemente la ermita ya existiera a mediados del siglo XII. (3)
Las vistas desde el lugar son extraordinarias. Al sur, el inicio del impresionante congosto de Olvena, con sus estratos geológicos bien delimitados. Abajo y mirando al norte, como un lago natural, con su capacidad colmada en los inicios de verano, las remansadas aguas azules del pantano de Barasona en toda su integridad. Hacia el oeste, en la ladera de enfrente del desfiladero, el despoblado de Castro y su ermita de San Román, divisada desde el interior de Lumbierre en el marco de su puerta principal como una foto de postal; un poco más al norte, siguiendo la línea de occidente, La Puebla de Castro y su urbanización deslizando sus casas hacia la orilla del pantano. Algo más allá, la Peña del Morral, bajo la cual adivinamos la ubicación de Graus. En la lejanía del norte, el valle del Ésera y el magnífico telón de fondo de la majestuosa cordillera pirenaica. Al este, los campos cultivados del valle del Sarrón y los pueblos de Pueyo de Marguillén y Torres del Obispo. Abajo, casi enfrente, en un saliente que penetra en las aguas del pantano y confundidas sus arruinadas casas con el color de la tierra, el antiguo pueblo de Cancer. Y debajo de las aguas, sumergido pero presente en la toponimia popular y en la memoria de la comarca, el viejo Barasona.
Está documentada la existencia de un castillo en Lomberres o Lumbierre, emplazado tal vez en el mismo lugar donde hoy se halla la iglesia. Por su importancia estratégica, la fortaleza desempeñó un papel fundamental en la definitiva conquista de Graus en 1083. El rey Sancho Ramírez no quiso caer en lo que él consideraba un error de precipitación por parte de su padre Ramiro I, que encontró la muerte en su intento de conquistar la capital ribagorzana en 1063 (4). Por ello, recurrió a la estrategia de someter a un cerco asfixiante a la plaza grausina, conquistando antes los diferentes castillos que la circundaban y cerrando así los caminos que pudieran traer refuerzos desde el sur hasta la población ribagorzana como le había ocurrido, unos años antes y para su desgracia, a su progenitor. En esa táctica era fundamental la conquista de las fortalezas de Muñones, Lumbierre y Castro, que cerraran el acceso a Graus desde las importantes plazas árabes meridionales. Al parecer, el nuevo monarca recurrió también a la compra de traidores para apoderarse de los citados castillos. Al menos así sucedió en los de Muñones y Lumbierre, donde algunos moros convertidos al cristianismos facilitaron la labor de Sancho Ramírez que recompensó su colaboración. Así se desprende del documento de donación por parte del rey del “castrum quod vocitant Lomberres” a Gombaldo Giménez, en el que se señala que “de los hombres que hay poblados allí y en lo sucesivo pueblen, tú tendrás la mitad a tu propio alodio, y yo la otra mitad a mi señorío, exceptuados esos que nos sirvieron del castillo de Muñones y de Lumberres, que los volvieron al cristianismo, los llamados Banzo y Juan y Abieza y Pascual y María, mujer de Abieza, que sean ellos y toda su posteridad francos y libres e ingenuos, con todo su alodio o heredad que hoy tienen o en lo sucesivo pudieren coger, roturar, escalidar y comprar pudiesen en todos los términos del castro de Muñones y de Lumberres y de Capella” (5). Como vemos, gracias a estos infiltrados, citados por su nombre en el documento, los castillos de Muñones y de Lumbierre pasaron a manos del rey aragonés en 1079 y 1081, respectivamente. Poco después lo hizo el de Castro, y, en 1083, como fruta madura que cae de su árbol, cercada, aislada y sin poder recibir refuerzos por ninguna parte, la anhelada plaza de Graus pasó definitivamente a los dominios del rey Sancho Ramírez, quien, sin apenas derramar una gota de sangre, terminaba la empresa en la que su padre había dejado la suya.
A principios del siglo XII, aparece un tal Ximeno Garcés de Grustán como señor del castillo de Lumbierre, que, en 1177, el rey Alfonso el Batallador concede a Berenguer de Montañana, a su esposa Felicia y a sus sucesores, a cambio de su homenaje y de su juramento de fidelidad. En algunos documentos del siglo XIV, se encuentran referencias al señor Pedro Ximeno de Lomberres, pero a partir de ese momento se pierde toda pista documentada del lugar, que tal vez quedara pronto despoblado. Hay una leyenda, citada en una nota por Jorge Mur en su libro “Septembris” (6), que relaciona la despoblación de Lumbierre con el vecino pueblo de Pueyo de Marguillén: al parecer una influyente dama de esta localidad, llamada María Guillén -cuyo nombre permanecería hoy en el topónimo-, se habría llevado a Pueyo al cura de Lumbierre, quien habría arrastrado tras de sí a toda la población del lugar, que por ese motivo quedaría abandonado. Mi sorpresa fue grande cuando, al buscar información para escribir este artículo, algunas personas originarias de Pueyo me dijeron haber oído a sus padres referirse a la ermita de Lumbierre como la iglesieta de Pueyo y que recordaban cómo de niños, señalando a este lugar, los mayores les decían: “Mirad, allí estaba antes Pueyo”.
La ermita de San Martín de Lumbierre pertenece hoy al extenso municipio de Graus y representa otro ejemplo -tal vez de los más olvidados- de la riqueza patrimonial, artística y cultural de estas tierras, y un recuerdo, que asoma cada día sus ruinas al trasiego del presente, de algunos de los momentos importantes de nuestra Historia pasada. Sería lamentable que la olvidáramos del todo, dejando que se borraran por completo algunas de sus huellas aún visibles.

NOTAS:
(1) Hago esta interpretación tras consulta amablemente atendida por la Euskaltzaindia o Academia de la Lengua Vasca.
(2) Si subimos desde Huesca o Barbastro, hay que seguir siempre la carretera que lleva a Benabarre hasta poco después de superar la mencionada presa.
(3) “Ribagorça. Catalunya Romànica”. Jordi Boix Pociello y otros, Barcelona, 1998, pág. 69.
(4) Los importantes historiadores Antonio Durán Gudiol y Antonio Ubieto Arteta retrasan este hecho en varios años.
(5) Tomo la cita del libro de Antonio Ubieto Arteta, “Historia de Aragón. La formación territorial “, pág. 83.
(6) “Septembris”, Jorge Mur Laencuentra, Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 2003, págs. 36 y 37 y págs. 310 y 311 (Nota 15).

Fecha: 14-11-2004
Autor: Carlos Bravo Suárez

No hay comentarios:

Publicar un comentario