miércoles, 22 de diciembre de 2010

CUADERNOS ALTOARAGONESES: Ermita de San Antón de Pano

Para llegar a este recoleto y sencillo testimonio de los inicios del reino aragonés, es necesario encaminarse a las tierras de Graus, a esa población que encierra toda su historia en los importantes títulos que posee (de Muy Noble y Muy Antigua Villa), que rememora su ubicación geográfica en su propio nombre (derivado de la palabra latina "gradus", cuyo significado es el de "puerto o paso estrecho") y que nos ofrece un rico muestrario del quehacer civilizador de sus generaciones… Un muestrario que incluye huellas de la actividad humana prehistórica, como lo demuestra el yacimiento arqueológico de Las Forcas en Graus, de la presencia de los romanos en Labitolosa y de lo que fueron los tiempos medievales en el espacio político tanto del condado cristiano de Ribagorza como del reino de Aragón.
Es precisamente ese momento del románico lombardo, penetrando en la Ribagorza, el que hoy nos interesa manifestado en unas pocas joyas medievales que se levantan en un radio no superior a diez kilómetros de la población grausina… Joyas que pueden ser el viejo monasterio de San Juan Bautista de Pano y el conjunto histórico de Fantova, con su torre del siglo XI. Y a una de esas singulares construcciones vamos a dedicar nuestra remembranza, por lo cual conviene que comencemos haciendo un ejercicio de documentarlo a la inversa: desde el último acto de protección hasta el más remoto. Será esa secuencia de documentos legales que contribuyen a explicarnos cómo las generaciones últimas han sentido la necesidad de preservar estos espacios notables.
El 26 de enero del año 2004 la consejera de Educación, Cultura y Deporte, la oscense Eva Almunia, firmaba un Orden por la que se completaba la declaración de Bien de Interés Cultural para un importante edificio altoaragonés: para la denominada «Ermita de San Antón (antiguo Monasterio de San Juan)» en Pano, término municipal de Graus (Huesca). La actuación del Gobierno de Aragón, cumpliendo lo dispuesto en la Disposición Transitoria Primera de la Ley 3/1999, de 10 de marzo, de Patrimonio Cultural Aragonés, era un paso más para adecuar la categoría de la protección del edificio al Catálogo monumental aragonés.
Este proceso era la consecuencia de la Resolución, firmada el 10 de julio de 2003 por el Director General de Patrimonio Cultural, para delimitar la conocida como Ermita de San Antón de Pano por ostentar en ese momento la categoría de Bien de Interés Cultural, categoría de Monumento. Una categoría que era el resultado de haber sido declarada Monumento histórico-artístico, de carácter nacional, mediante Real Decreto de 30 de noviembre de 1983 del Ministerio de Cultura, publicado en el Boletín Oficial del Estado de 14 de febrero de 1984. Éste era el origen de todo este proceso, la decisión de incluirlo en el catálogo patrimonial como Monumento Histórico Artístico Nacional en 1983. Desde entonces hasta el año 2004, habían pasado veintiún años y varias fórmulas para organizar su defensa jurídica desde el Monumento Nacional hasta ser considerado Bien de Interés Cultural.
Pero, a la vista de este largo proceso político, podemos preguntarnos cuáles eran los valores que entendía como singulares el legislador para proteger este edificio. Quizás su descripción, incluida en el texto publicado en el Boletín Oficial de Aragón, es interesante de recuperar y apuntar que se trataba "de una sencilla ermita románica construida en el s. XI, que perteneció al desaparecido Monasterio de San Juan Bautista de Pano". Más datos: que combinaba en su fábrica "el sillarejo con la mampostería y su planta, ligeramente irregular, consta de tres naves cubiertas con una bóveda de cañón articulada por arcos fajones y tres ábsides semicirculares cubiertos con bóvedas de horno. Cuenta con tres accesos, dos en el muro meridional y otro en el occidental, de los que sólo se encuentra abierto en la actualidad el del segundo tramo del lado meridional, junto al que aparece una ventana geminada".
Y junto a todo ello, destacaba esa decoración lombarda que se concentraba "en la parte alta de los ábsides, donde se desarrolla un friso de arquillos ciegos rematados por una banda de dientes de sierra", y que en "el interior de los muros absidiales aparecieron fragmentos de pinturas murales del s. XI con motivos principalmente geométricos y simbólicos, que fueron trasladados al Museo Diocesano de Barbastro", habiendo sido descubiertas en la década de 1970. Todo ello en un buen estado de conservación y rodeado de un espacio de protección alrededor de la ermita –lo que se conoce como el entorno- que se delimitaba para preservar el edificio románico "de posibles alteraciones ambientales que perturben su contemplación".
Este espacio de protección lo marca el legislador valorando la necesidad de no afectar los espacios colindantes, por su negativo efecto sobre el monumento, y por la necesidad de preservar su integración "en el paisaje y de relación con los elementos naturales y las visuales". De todo ello destacaba una idea clave: la rusticidad de su aparejo de mampostería se había mimetizado con el terreno de la meseta sobre la que se construyó. Y todo ello, para destacar un edificio del siglo XI que está ya en el límite de La Fueva con Ribagorza, no lejos de ese camino que desciende hasta la villa de Graus. Un edificio que nos ha llegado convertido en una humilde ermita, pero que en el pasado fue ni más ni menos que la iglesia del desaparecido monasterio de San Juan de Pano.
Un monasterio edificado hacia 1060, en los últimos momentos del reinado de Ramiro I de Aragón, por constructores de la zona que se mueven en cuadrillas y que han sido profundamente influenciados por la moda lombarda que se difunde desde el este catalán. Su historia intensa abarcará pocos años, quizás hasta la conquista de Graus acaecida dos décadas después de su construcción. Pero, lo que queda perenne es su vocación lombarda que preside todo el conjunto de una iglesia, colgada en la montaña, de planta basilical de tres naves que culminan en ábsides cubiertos por bóvedas de cuarto de esfera. Y, junto a esa vocación del primer románico, su dimensión de espacio abierto a todos los vientos se manifiesta en sus tres puertas: dos en el muro sur y una tercera en el muro de poniente, en cuyo trazado se evoca, como dice el amigo García Omedes, el estilo mozárabe de los arcos de herradura. Como se puede ver, razones no faltan para adentrarnos en el paisaje duro y hermoso de Ribagorza y descubrir el viejo monasterio que las gentes convirtieron en ermita, en una de esas ermitas que estaban cerca del cielo y que servían para acortar las distancias entre este valle de lágrimas y la paz eterna.

Fecha: 18-10-2009

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